El 30 de noviembre de 1977 se definió en Yugoslavia un lugar para el Mundial. Por su tremenda violencia, el partido es recordado como la Batalla de Belgrado.
Hace 35 años, en Belgrado estaba instalada la locura. El Gobierno
yugoslavo había decretado asueto nacional y desde hacía días que el
pueblo sólo hablaba de aquel partido en el que la selección local
buscaría alcanzar el único cupo para jugar al año siguiente el Mundial
en Argentina. Del otro lado estaba España, atravesada por el clima de
guerra de la capital yugoslava y por la paranoia de su técnico, el
enorme Ladislao Kubala -mayor ídolo de la historia del Barcelona hasta
ese entonces-, quien revisaba hasta la comida de los jugadores por temor
a un envenenamiento. Estaban, al fin, esos jugadores españoles que
dieron una muestra inolvidable de guapeza. Esos cristianos que, en el
Circo Romano que fue ese día el Pequeño Maracaná de Belgrado, se
comieron por una vez a los leones. Entre ellos, infiltrado, había un
argentino que daría el golpe decisivo.
“Fue el partido más bravo que puedas imaginar”, cuenta hoy el mendocino Rubén Cano, personaje clave del partido.
En noviembre de 1977, a Rubén apenas se le había apagado un poco la
bronca por no poder jugar para la Selección argentina. Había estado
convocado antes del Mundial 74, cuando integraba el poderoso Atlanta de
aquellos años -había sido tercero en el Nacional 1973- y una lesión le
frustró la posibilidad de ser parte del equipo en el período de prueba.
Después cruzó el océano: se fue al Elche, y cuando pasó al Atlético de
Madrid le llegó una oferta para jugar para España. “Lógicamente -explica
Cano- mi intención era jugar con Argentina. Cuando hablé con Menotti,
fue sincero: me explicó que no me podía garantizar jugar en la
Selección. Y yo ya no podía negarme a jugar por España, aunque tenía la
ilusión de jugar el Mundial en Argentina con la Selección”. Finalmente
debutó en el primer partido de España en aquellas Eliminatorias para el
Mundial 78, con una caída 1-0 ante Rumania en Bucarest.
Hace falta una aclaración para desprevenidos: clasificarse a un Mundial hace 35 años no era para cualquiera, sobre todo en Sudamérica y Europa.
Argentina 78 fue justamente la última Copa del Mundo en la que
participaron sólo 16 selecciones (en España 82 fueron 24 y ya en Francia
98 se pasó a los actuales 32), y como en esa época el campeón -además
del local- tenía garantizada su plaza, la lucha por los otros catorce
lugares era muchas veces despiadada. Y hay otra puntualización que es
preciso hacer: aquella España que salía de la era franquista estaba muy lejos de ver en su selección los lujos actuales con
Casillas, Iniesta y Xavi, dos Euros consecutivas y un Mundial en su
haber. En 1977, los españoles llevaban once años sin llegar a la ronda
final de una Copa del Mundo: en la última, Inglaterra 66, habían sido
eliminados en la fase de grupos por Alemania y Argentina.
Aquel
día, Yugoslavia -república que en ese entonces conformaban las actuales
Serbia, Croacia, Eslovenia, Macedonia, Montenegro y Bosnia- estaba bien
parada para poder conseguir la clasificación: venía de lograr una
inolvidable victoria por 6-4 ante Rumania en Bucarest, en el que muchos
especialistas consideran como uno de los mejores partidos en la historia
de las Eliminatorias. Le tocaba además recibir a España en un ambiente
encendido y con un antecedente que pesaba: los yugoslavos habían dejado afuera de Alemania 74 a los españoles,
con un partido desempate que se jugó en Frankfurt. Antes también se
habían enfrentado en las Eliminatorias para México 70, pero ambos se
habían quedado afuera para que finalmente se clasificara una
sorprendente Bélgica.
El Pequeño Maracaná de Belgrado,
el estadio del Estrella Roja donde Maradona convirtió de emboquillada
uno de los goles más bellos de su carrera, estaba colmado ya dos horas
antes del partido por un público absolutamente desbordado. “Los hinchas
-recuerda Cano- se tiraban al césped y la Policía les soltaba los perros
para alcanzarlos”. Y en medio de ese clima, aquel Yugoslavia - España fue, dentro de lo que puede ser un partido, lo más parecido a una batalla.
Se vio en la primera jugada, en una acción increíble: dos segundos
después de que los españoles movieran la pelota, un delantero yugoslavo
le tiró una patada voladora a Juanito ante la mirada complaciente del
árbitro inglés Kenneth Burns. Fue la primera muestra de que el clima de guerra que bajaba de las tribunas seguiría en los 90 minutos de juego.
España
se clasificaba con el empate, y por eso Kubala planteó un partido
pensado para aguantar el cero. Un sostén importante para ese proyecto
era Pirri, el líbero del Real Madrid, pero a los 13 minutos una
infracción brutal le produjo una lesión en el tobillo por la que tuvo
que dejar la cancha. El autor de esa falta fue Miodrag Kustudic, un
montenegrino que luego jugaría en el Hércules y el Mallorca y que, con
el correr de los años, fue amigo de Cano. “Con Kustudic llegué a tener
una buena relación. Incluso después de retirarnos, porque él fue
representante de futbolistas mientras yo trabajaba en el Atlético de
Madrid”, cuenta Rubén. Claro que aquellos días de armonía estaban muy
lejanos en ese momento.
Yugoslavia fue con todo al
ataque pero los nervios, que ya estaban a flor de piel antes de que
comenzara el partido, se fueron acentuando cuando hinchas y jugadores
vieron que el gol esperado no caía. Llegó así el segundo tiempo y el
momento culminante del partido. A los 26 minutos, Julio Cardeñosa -un
jugador que quedó en el recuerdo colectivo por una increíble oportunidad
que desperdició ante Brasil en el Mundial 78, y que ese día debutaba en
la selección española- metió un centro combado perfecto para la entrada
de Cano. Con un remate defectuoso, el mendocino alcanzó a cruzar la
pelota, que dando saltitos se metió a contrapierna del achique
desesperado de Katalinic. Fue el delirio de los españoles, que
prácticamente sentenciaron la eliminatoria. Pero todavía faltaba ver otro episodio de impresionante violencia en la noche yugoslava.
Nenad Miskovic, pintoresco taxista serbio, guarda recuerdos bien frescos de aquella Batalla de Belgrado.
Es fanático del fútbol argentino y puntualmente de Boca. Y entre
alusiones a Riquelme y Palermo, tiene lugar para la evocación de aquella
eliminatoria lejana. “Juanito, ooooohhhh. Juanito, bad behaviour. Pum,
bottle, no more Juanito (Juanito, mal comportamiento. Pum, botella, no
más Juanito)”. El relato de Miskovic se refiere a uno de los instantes
más dramáticos de aquel partido. Ese momento que, casi de milagro,
Juanito pudo contar. Cinco minutos después del gol, el delantero ídolo
del Real Madrid fue reemplazado por Dani y, en una actitud temeraria, en
su camino de salida del campo mostró el pulgar hacia abajo a los
hinchas yugoslavos. No llegó hasta el banco de suplentes. Una
botella viajó desde la tribuna directamente hacia su cabeza y quedó
hecha añicos sobre la pista de atletismo. El jugador -que moriría en
1992 en un accidente automovilístico- fue retirado en camilla mientras
le seguían arrojando proyectiles.
De fútbol, ya no se vio casi nada más. España cerró una victoria épica que le permitió volver a los Mundiales después de doce años,
aunque en Argentina 78 se llevaría otra de sus decepciones habituales
para la época: fue eliminada en primera ronda, con polémicas varias que
incluyeron disputas por las convocatorias de jugadores y hasta el lugar
de la concentración.
Otro símbolo de que aquella gloria
de Belgrado se había apagado demasiado pronto: Cano, héroe de ese día,
apenas jugó en el Mundial el primer partido, el 1-2 ante Austria, y dos
minutos en la victoria 1-0 frente a Suecia. “Sí, seguramente fue el gol
más importante de mi carrera -cuenta Rubén-. Es verdad, le he hecho
goles con el Atlético al Real Madrid en un clásico y después salimos
campeones, pero por el valor que tuvo seguramente es ese”. Y agrega, sin
ironías: “Pero está ahí con uno que hice contra Los Andes, para que
Atlanta se salvara del descenso en el 71”. Como para dejar en claro que
aquella victoria inolvidable en Yugoslavia lo había encontrado con una
camiseta por la que dejó el alma, pero que le era levemente ajena.
Fuente: www.clarin.com